Intersección
Y cuando te busco, no hay sitio en donde no estés.
La casual esquina, intersección de calles incesantemente
recorridas. Allí di tantos pasos, que ya no recuerdo, pero que sé que me han
marcado el camino. En círculos, una y otra vez, volví a la misma esquina.
Fijada en ella, pero en tiempo continuo. Volvía a la misma esquina, pero yo
nunca era la misma.
Aquel sitio me vio pasar en todo lo que fue mi adolescencia, con todas las características que se espera de ella. Mañanas eternas, frías y oscuras con mis auriculares puestos, mientras me dirigía al colegio. Mediodías de retorno, en euforia puberal, gritos de alegría o de furia. Por aquel sitio pase con todas mis grandes amistades, y con aquellas que se disolvieron, pero que, en ese preciso momento, en el cual pase por esa esquina, dejaron una huella indudable en mi corazón. Interminables noches donde allí era el punto de encuentro. La casual esquina me vio borracha. La casual esquina me vio volver, de madrugada, con la mirada cansada, y con frecuencia, con el corazón entumecido. Ratos eternos esperando la llegada del colectivo, para por fin regresar a mi hogar y que esa cruel noche, que había prometido ser la ideal, culmine.
Cabildo y Monroe, cotidiana y mundana. Minúsculo punto del universo donde todo sucedió. Donde yo sucedí. La vida me traía siempre a ella, y siempre yo a ella la elegía, para encontrarme, para besar, para despedirme, para que sea comienzo y final.
Cabildo y Monroe, a las ocho de la noche. Hacia ella voy, un poco atrasada, a propósito, para esconder mi neurosis, conducta habitual en la primera cita. La esquina es la misma, nada en ella cambio. Conozco sus surcos, su gente, cada negocio, y cuál es el lugar donde siempre deseo sentarme a esperar. Conozco sus baldosas, el ruido de los autos, el tiempo de los semáforos. Aun así, la casual esquina no dejó de sorprenderme, cuando aquel día, allí me esperabas, donde yo nunca espero. Habías elegido pararte sobre un poste que nunca en mi vida había percibido. “Que incomodo lugar donde esperar” recuerdo que pensé.
Una vez más volví a la esquina, esta vez para conocerte y comenzar nuestra primera cita. Cabildo y Monroe fue testigo, una vez más, de un hecho fundamental en mi vida. Conocerte, sin duda, ha sido de lo más certero que jamás me haya sucedido. En ese punto, en esa mundana y cotidiana intersección de avenidas, dos historias se toparon, para florecer en aquella primavera todo el amor que se merecían.
Aquel sitio me vio pasar en todo lo que fue mi adolescencia, con todas las características que se espera de ella. Mañanas eternas, frías y oscuras con mis auriculares puestos, mientras me dirigía al colegio. Mediodías de retorno, en euforia puberal, gritos de alegría o de furia. Por aquel sitio pase con todas mis grandes amistades, y con aquellas que se disolvieron, pero que, en ese preciso momento, en el cual pase por esa esquina, dejaron una huella indudable en mi corazón. Interminables noches donde allí era el punto de encuentro. La casual esquina me vio borracha. La casual esquina me vio volver, de madrugada, con la mirada cansada, y con frecuencia, con el corazón entumecido. Ratos eternos esperando la llegada del colectivo, para por fin regresar a mi hogar y que esa cruel noche, que había prometido ser la ideal, culmine.
Cabildo y Monroe, cotidiana y mundana. Minúsculo punto del universo donde todo sucedió. Donde yo sucedí. La vida me traía siempre a ella, y siempre yo a ella la elegía, para encontrarme, para besar, para despedirme, para que sea comienzo y final.
Cabildo y Monroe, a las ocho de la noche. Hacia ella voy, un poco atrasada, a propósito, para esconder mi neurosis, conducta habitual en la primera cita. La esquina es la misma, nada en ella cambio. Conozco sus surcos, su gente, cada negocio, y cuál es el lugar donde siempre deseo sentarme a esperar. Conozco sus baldosas, el ruido de los autos, el tiempo de los semáforos. Aun así, la casual esquina no dejó de sorprenderme, cuando aquel día, allí me esperabas, donde yo nunca espero. Habías elegido pararte sobre un poste que nunca en mi vida había percibido. “Que incomodo lugar donde esperar” recuerdo que pensé.
Una vez más volví a la esquina, esta vez para conocerte y comenzar nuestra primera cita. Cabildo y Monroe fue testigo, una vez más, de un hecho fundamental en mi vida. Conocerte, sin duda, ha sido de lo más certero que jamás me haya sucedido. En ese punto, en esa mundana y cotidiana intersección de avenidas, dos historias se toparon, para florecer en aquella primavera todo el amor que se merecían.
Comentarios
Publicar un comentario