Habitándome a mi misma


Cuando era chica, mi tío comenzó a salir con quién hoy es su esposa. Una mujer con los cabellos rubios, su piel siempre bronceada, y con vestimentas que potenciaban su figura. Mi mamá, una de mis tías y mis hermanas, la odiaban. Y como dicha mujer tenía una suerte de afectación en sus manos, la cargábamos con eso a sus espaldas. Si, me incluyo. Me adhería a esa práctica social entre las mujeres de mi familia porque parecía que eso era lo que estaba bien, y que esa mujer era todo lo que estaba mal. Pero jamás voy a olvidar lo bien que me sentía al lado de ella. Disfrutaba su presencia, me gustaba cuando me halagaba. En realidad, yo no tenía ningún motivo para odiarla. En realidad, yo quería el día de mañana ser una mujer como ella.
Cuando tenía 9 años rompí en llanto ante mis padres y les dije mi más profundo secreto: ¡quiero tener ropa cool!; sus risas fueron la única respuesta, y mi secreto se convirtió en la anécdota graciosa en las reuniones familiares.
Innumerables son las veces que de forma explícita o implícita me transmitieron que mostrar mi cuerpo y ser "coqueta" estaba mal. Mame de eso, me criaron con eso, no solo mi familia de forma inconsciente, sino mi contexto social en general.
Mis padres querían que yo y mis hermanas fuésemos científicas, grandes mentes que se llevaran el mundo por delante. Nos reducían a eso, a lo académico. Cada vez que expresábamos algo ajeno a eso, todo se volvía caótico.
Dogmáticos de la ciencia, de los números. Mamá profesora de química y papá profesor de física. La exactitud, lo que cierra perfecto. Ellos se acomodaron en ese paradigma y con esa línea nos criaron.
Cuando decidí estudiar psicología mi papá se burló y mi mamá me dijo que solo éramos reacciones químicas en el cerebro. Nunca supieron que hacer con nosotras cuando comenzamos a ser mujeres, cuando comenzamos a hablar. Mi papá siempre hacía chistes de que añoraba cuando éramos bebes porque no hablábamos. 
Nunca supieron que hacer cuando nuestras tetas crecieron, nuestros pelos aparecieron, y nuestras ganas de coger nos envolvieron. Ahí iban repudiando la adolescencia como buenos padres acorralados. No supieron acompañarnos en nuestro camino de convertirnos en mujeres independientes.
En respuesta a ello, cada una de nosotras hizo un recorrido diferente. Un tire y afloje constante. Tomamos en cuenta el deseo de ellos y nos encontramos imposibilitadas de separarnos de eso. Pero también nuestras propias motivaciones nos comenzaron a llevar por caminos muy diferentes.
Ser mujer es una respuesta subjetiva de cada quién que se identifique como tal. Una respuesta cuya característica fundamental es que es un proceso dinámico, que va y viene, construyéndose a sí misma constantemente.
No se trata de entablar una bandera de qué es ser mujer para mí, sino de qué mujer quiero ser yo. Y fueron muchas las situaciones tanto concretas como filosóficas que tuve que vivir para reencontrarme con una respuesta que en mi interior ya estaba creciendo desde que soy pequeña. Quiero vestirme bien, quiero maquillarme, tener cosméticos en mi baño, y shampoos y crema de enguaje de buena calidad. Quiero preocuparme por mi apariencia, amar mi cuerpo y potenciar mi belleza. Quiero sentirme bien al verme al espejo, sentirme fuerte y presente. Y también quiero ser una mujer empática, cordial, no quiero ser dogmática y bajar línea de que hay una sola forma de llevar a cabo una buena vida. Quiero hablar, sí. Aunque mi papá se tape los oídos, aunque mi mamá me escuche sin atención. Quiero hablar de los sentimientos, de lo intuitivo, de todo eso que nos pasa que nada tiene que ver con números. No me llevo bien con ellos, me lleve matemática siempre. Cuando la curse en UBA XXI me saque un cero en el primer parcial. Así es mi relación con las cifras. NULA. No soy una persona con una lógica impecable y simplista. Me gusta lo complejo, no le tengo miedo. Me gusta el drama, la sangre, la pasión, el caos. Me gusta que todo se mueva.
Y me gusta mi cuerpo. Ese cuerpo que callaron. Ese cuerpo que negaron. Me gusta verme, me gusta que me vean. Me gusta coger y que eso me eleve. Lo intelectual también es corporal.
Nunca antes estuve tan conectada con mi cuerpo como lo estoy ahora. Y lo más estimulante, es que sé que esta no es la meta final, que aún hay más, mucho más para conectar.
Ya no estoy desesperada por estudiar a tiempo para ser la mejor en la universidad. Ya no estoy desesperada tratando de actuar ser una come libros (lo cual era muy frustrante, porque no me salía bien). Toda esa maquinaria era para compensar mi ausencia en el espejo. Hoy estoy en otra, sí. Hoy estoy habitándome a mí misma, en mi sangre, en mi piel, en mis ojos y mi boca. Me acarició, me masturbo una y otra vez.  Tengo panza, ya no me importa. Tengo estrías, ya no me importa. Tengo pelos encarnados, ya no me importa. Descubrí que soy hermosa. Y ningún libro, ninguna nota en ningún parcial, me supo empoderar tanto como todo esto. La calle, el cuerpo, el choque entre dos almas, todo eso alimenta nuestra sangre, riega nuestras semillas, y crecen las mejores flores. Es la vida lo que nos lleva, lo que nos potencia. Los números nos enfrían, nos alejan de lo más humano. No intentemos controlarlo todo, no intentemos saberlo todo. Aceptemos ese agujero, disfrutemos del agujero, hagamos arte con el agujero.

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