obligada a estar ausente y encontrada

La subjetividad como organización, como clasificación del pensar, del sentir, del vivir, del desear. La subjetividad posee la bella característica de, justamente, creerse subjetiva en un mundo de presencias objetivas estables. Se cree independiente, casi que incluso se llena de orgullo anunciando ser libre, propia, autentica e incomparable. La subjetividad se defiende planteado un plural: las subjetividades. En ese plural anuncia lo variado, lo variable y lo extraño. Quién dudara de que lo que dice no es suyo, de que lo que piensa se les dicho. Y es allí donde la psicosis corrompe el discurso amable de la subjetividad, denunciando que hay un Otro que determina, que insiste en sostener lo que se dice. El enfermo nota no ser quien habla cuando habla o no ser aquello que se le presenta, aquello que piensa. Hay una certeza de que algo está sucediendo, hay palabras que nunca le pertenecieron, pero que le habitan igual. Entonces, allí se abre un nuevo camino. Este camino promete conducir el pensar que lo que nos habita no siempre nos pertenece. Tal vez está más cerca la idea de que somos pertenencia de aquellas palabras que viven en nosotros. No sabemos de donde vinieron, cuando llegaron, pero podemos comenzar a visualizar que no hay un poder sobre ellas. Si no que las palabras tienen el suficiente poder para ser dichas solas, a través de nuestras subjetividades.
El poder del lenguaje, es una idea que nos invita a pensar Barthes (1977) al explicar que “aquel objeto en el que se inscribe el poder desde toda la eternidad humana es el lenguaje o, para ser más precisos, su expresión obligada: la lengua. (…) No vemos el poder que hay en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y que toda clasificación es opresiva”
La relación entre la clasificación y la opresión es sencilla. Si tan solo nos detenemos a pensar, notaremos que todo aquello que no podemos nombrar no puede ser pensado (o por lo menos no con la claridad ni el entendimiento suficiente), lo que se escapa del lenguaje se escapa de nuestros sentidos. Hablamos, pensamos, somos, dependiendo de lo que el lenguaje nos permite nombrar. Y en ese nombre que nombra la cosa, ya hay una idea que nos lleva a pensar la cosa desde una postura determinada. Entonces, el lenguaje es opresivo porque nos dice como, cuando y que. Nos impone un terreno de palabras ¿de las cuales podemos elegir la que queramos? ¿Hasta que punto uno es libre si acaso no podemos hablar como se nos antoje? El lenguaje no solo que no nombra todo, sino que lo que si nombra, está bajo reglas: gramaticales, semánticas, etc. Cuando hablamos no decimos lo que queremos decir, sino que decimos lo que nos es permitido decir según el lenguaje que nos habita. Barthes (1977) continúa explicando que “nunca puedo hablar más que recogiendo lo que arrastra la lengua”, y a pesar de repetir lo dicho, no se detiene en el ser esclavo de los signos, sino que anuncia ser amo ya que “afirmo, confirmo lo que repito”.
La libertad se definiría como vivencia que no se halla sometida bajo el poder, ni vivencia que al tener el poder somete. Pues, entonces, que libertad puede existir siempre y cuando estemos en el campo del lenguaje (Barthes, 1977).
Percia (2011) lleva a pensar lo propuesto por Foucault: que no se lucha por libertad, ni por justicia, sino por el poder. Explica, además, que la libertad es una construcción sofisticada para la dominación social de las potencias humanas. 
El carácter normalizador del lenguaje trae consigo el sentido común, este se presenta como el habla colectiva de las derechas, porque es un habla entonada según la voz de un mando (Percia, 2015). “Los modos de decir, pensar, obrar, que gobiernan el mundo de las criaturas que hablan, instalan sus dominios en esas vidas que auspician” explica Percia.
Qué sucede con aquello que se les escapa a la lengua, qué sucede con lo que es pero no se puede decir. Aquello es no-lugar, es el entre, donde no hay posible asentamiento, donde hay constante peligro (Cragnolini, 2002) Explica Cragnolini que hay una lógica identitaria que trata de ubicar todo dentro de la lengua, las cosas son nombradas de una manera o de otra, pero se nombra, se aseguran un lugar, una identidad. Lo indecible, en cambio, expone la desconstrucción de la lengua, que a veces hay cosas que no pueden colocarse de un lado o del otro, o que incluso, pueden colocarse en ambos extremos. Y entonces, se puede pensar la idea de lo neutro, como vivencia del ni: ni masculino ni femenino, ni activo ni pasivo, ni presente ni ausente, ni visible ni invisible. (Percia, 2015) Lo neutro inventa espacios, es el pasaje de estar entre un lugar y otro, es ese ruido metronómico que señala obsesivamente la alteración paradigmática. (Barthes, 1971) En definitiva, los caminos que traza el lenguaje no hace de las subjetividades certezas, no hace de las ideas figuras estables eternas. La lengua invita a clasificar, pero lo neutro es donde no se corre hacia la clasificación. La certeza es impuesta pero lo neutro se desliza y compone un entre que da espacio, que invita al movimiento, al no y al sí, a la indecisión.

“I'll run away and follow a strange old sign
(Don't know where I'm traveling to)
You know I am bound to be gone and found”
(Me escapare y seguiré la extraña vieja señal
(No se a donde estoy viajando)
Sabes que estoy obligada a estar ausente y encontrada)
Gone and found - Mf





Bibliografia

Barthes, Roland (1977). "Lección inaugural". En El placer del texto y lección inaugural de la cátedra de Semiología Literaria del College de France. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 2008. 

Cragnolini, Monica (2002) Temblores del pensar, Nietzsche, Blanchot, Derrida. Conferencia en el VII Simpósio Internacional de Filosofía Moderna e Contemporánea Toledo, Paraná. Brasil.

Percia, Marcelo (2011). La modorra del monstruo.

Percia, Marcelo (2015). Lo grupal, políticas de lo neutro.

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