Cuento II: A cada uno le debe tener que tocar una etapa de arrepentimiento
-Por
tu falta de astucia vas a quedar varado y nunca vas a avanzar. Deberías
avergonzarte, y sentirte humillado. ¿Qué van a decir tus padres? Sos un
mal aprendido. – Juana, la maestra, recitaba aquel discurso cada vez
que sus alumnos bajaban sus notas. Ella creía que era un gran método de
motivación, y que hacerlos sentir mal, iba a generar en ellos ganas de
mejorar.
Esta vez le tocó a Lautaro escuchar aquel discurso. El era un niño de casi 9 años, con una familia estándar. Todavía se encontraba bastante aislado del mundo real, y vivía en aquella fantasía de la infancia. Sus padres no exponían con suma violencia sus peleas matrimoniales, creando en Lautaro una atmósfera de que ellos eran felizmente casados. Iba a ser de gran impacto para él cuándo le cuenten de su futura separación.
Dentro de su familia se encontraba su hermano de 11 años, Nacho. Tal vez él podía ser un causante de las miserias conscientes de Lautaro. Peleaban muchísimo, o mejor dicho, Nacho lo peleaba constantemente a Lautaro. No había forma de que lleguen a un pacto. Su hermano mayor estaba empeñado en hacerle la vida imposible haciéndolo sentir tan sólo un parasito.
-Creo que deberíamos hacer algo con ellos- Exclamó la madre. – Las notas de ambos están bajando en picada. La escuela nos va a creer padres incapaces de criar a nuestros hijos. No podría soportar semejante reputación.
-¿Te parece bien que quieras que las notas de Nacho y Lau aumenten sólo para tu beneficio? Deberías centrarte en ellos, no en vos misma.- Contesto el padre.
Esta charla ocurrió antes de entrar al aula donde se encontraba Juana. Al entrar, ellos aparentaron amarse con locura y poseer un matrimonio ideal. Lo extraño era que esa actuación no era pactada, sino que era la frustración de ellos de no haber sido capaces de mantener su matrimonio sano y saludable. Sentían vergüenza por ello y tal vez, eso era lo único que los mantenía unidos.
La maestra los había esperado toda la mañana con muchas ansias. Esta era la parte que más le gustaba de su trabajo. Cuando llegaron los padres de Lautaro, los hizo sentarse, mientras mantenía una cara seria que reflejaba decepción. Se sentó en frente de ellos, y exclamo:
- No quisiera meterme en sus asuntos, no corresponde. Pero como maestra de su hijo, no me queda otra alternativa. La educación que le dan claramente no genera buenos frutos en la escuela, o mejor dicho, ningún fruto. Lautaro está seco por dentro y por fuera. Ya me cansé de hacer las mil y una por regarlo y nutrirlo. Yo me esfuerzo y ustedes echan a perder todo con su mala disposición.
A todo esto Lautaro se encontraba atrás de la puerta escuchándolo todo. No entendía muy bien por qué le había sido tan fácil acceder al pasillo y poder quedarse allí escuchando. Su pequeña edad no le daba lugar a darse cuenta que eso era otra estrategia de la maestra. Juana confiaba en que si Lautaro escuchaba como ella lo insultaba frente a sus padres, y como a la vez los insultaba a ellos, generaría que él se llene de voluntad y comience a rendir en la escuela. La maestra era arrogante, pero bastante ingenua. Si quería lastimarlo, lo estaba logrando. ¿Pero en verdad esto haría que Lautaro mejore sus notas? Por primera vez él experimentaba una sensación de angustia y frustración inmensa. Tan grande que no cabía en su pequeño cuerpo. Quería llorar, gritar, patalear. Era consciente de su edad, pero nunca deseó tanto ser de nuevo un bebe indefenso.
También sintió miedo. Pero aún no se encontraba preparado para ponerle palabras a esos sentimientos. Estaba abrumado, pero él no lo sabía. Tan sólo estaba pasando un mal rato.
Los padres escucharon con atención el discurso. Era como las películas donde remarcan que el tiempo es interminable, y hacen hincapié en la escena donde enfocan la frente del personaje y como lentamente caen las gotas de sudor por los nervios y el sufrimiento.
-¿No van a decir nada? Era de esperarse, ahora entiendo por qué su hijo es tan inútil. Ustedes no saben enfrentar ninguna situación complicada. Solo saben callarse y tragarse todas sus miserias. ¿Les parece un buen ejemplo?- Juana seguía recitando sin pausas. Y el placer que sentía era amenazador para la gran actuación que estaba llevando ante los padres.
La madre estaba cansada de tanta humillación. Trago saliva, se secó la frente, soltó la mano de su marido y dijo:
- Lamento las molestias. Sé que usted se ha esforzado muchísimo. Pero créame, no me creo responsable de la conducta de Lautaro. Yo soy una madre ejemplar, y con mi marido estamos muy contentos juntos. Nos ocupamos y preocupamos por nuestros hijos. Hacemos actividades familiares, y constantemente los educamos de la mejor forma posible. Mientras usted hablaba, entré en duda de mis capacidades como Madre... pero luego supe que la culpa es solamente de él. El es pequeño pero ya debe pensar por sí mismo, y esto debe ser alguna de sus travesuras. No tenemos nada que ver en su comportamiento y poca eficiencia escolar.
- Entonces en ese caso ustedes tendrán que castigarlo. Contestó la maestra.
Los padres nos esperaban el momento para marcharse. Y los dos al mismo momento supieron que Juana nunca los dejaría escapar ni torturar con sus comentarios ofensivos. Así que sin pensarlo mucho, se pararon, se volvieron a agarrar la mano, y le dijeron: -
- Muchas gracias por su tiempo y por compartir e informarnos el comportamiento de nuestro hijo. Agradecemos su esfuerzo y preocupación. Nos debemos retirar. Adiós.
Dieron media vuelta y se fueron sin mirar hacia atrás. Juana ni bien observó sus espaldas marchándose, sonrió con una gran satisfacción. Se sentía como las villanas de las películas de Disney donde lanzan una carcajada tenebrosa y llamativa. Quiso hacerlo, pero se contuvo.
Nada podía ser peor. Soledad, una enorme soledad. Lautaro se encontraba devastado. Tenía la dulce esperanza que sus padres lo comprendan y lo abrazaran. Pero cuando escuchó lo que le dijo su madre a la maestra, quiso desaparecer. ¿Cuál era la verdadera solución? ¿Acaso su opinión valía? Tenía una gran ambigüedad en querer ser un bebé, o en ser adulto y poder defenderse. ¿Defenderse de qué? Ya comenzaba a creer que en verdad era toda su culpa. Era idiota, y un parasito, tal como su hermano siempre le decía.
Los padres se dirigieron al aula de Nacho y lo retiraron. El festejaba ante sus compañeros porque se iba antes y saludaba haciéndose el langa a una compañerita con la que decían ser novios. Así era su vida, “canchera”. Todos querían a Nacho, todos querían ser Nacho. Y él adoraba ser Nacho.
Los tres caminaron por los pasillos del colegio y mientras los padres le contaron lo sucedido a su hijo. Llegaron al aula de Lautaro y ahí se encontraba, sentado solo en un rincón mientras sus compañeros disfrutaban de la hora libre. Levantó la cabeza y miró que en la puerta estaba su familia. Nunca sintió tanta repulsión por ellos. Quería escapar…
Se acercó lentamente sin poder mirar a los ojos a ninguno de sus padres, mucho menos a su hermano. Cuando ya se encontraba a la misma distancia, los padres dieron media vuelta y siguieron caminando. Lautaro caminaba atrás.
Nacho no paraba de recitar su nuevo mejoramiento en la escuela, y su popularidad. Los padres asombrosos sentían que por lo menos sus dos hijos no eran un fracaso, y que todo no estaba perdido.
Al salir de la escuela, Nacho se acercó a su hermano y lo golpeó en la espalda. Lautaro no pudo defenderse, sentía que se lo merecía… o algo así. La madre observó la situación y dijo:
- Bien hecho Nachito. Yo nunca me atrevería a ponerle una mano a ninguno de ustedes. Pero vos lo hiciste por mí. Este sinvergüenza se merece un buen castigo. Me ha humillado. Nunca se lo voy a perdonar.
A todo esto el padre se encontraba abriendo el auto, y por suerte no se enteró de lo sucedido. Era al único que no le cerraba todo este asunto, y se sentía bastante culpable. No tenía odio a su hijo, sentía más que nada decepción.
Todo el camino hacia su casa fue en silencio. Mientras Nacho bastante sigiloso pateaba bruscamente la pierna de su hermano. Y él, callado, lloraba. Su hermano mayor se le acercó y le susurro al oído:
- Deja de llorar o sos hombre muerto.
¿Muerto? Se preguntó Lautaro. ¿Qué es eso? No sabía si sentir miedo o ganas de que suceda. ¿Cuándo terminaría esa tortura? Era todo tan nuevo, pero tan horrible. Y más allá de la amenaza de su hermano, igual no cesaba de llorar.
Era la noche tarde, y él no podía dormir. Había tenido un día terrible, pero dudaba que el día siguiente fuera a ser mejor. ¿Quién se lo garantizaba? Sentía un terrible dolor por los golpes que le había dado su hermano mayor. Y algo particular en el pecho que apenas lo dejaba respirar. En su mente sólo se reproducían una y otra vez las cosas horribles que le decía su madre, y la mirada penetrante de su padre. Creía ya no tener más lágrimas, pero necesitaba comprobar si sus padres tenían una pizca de compasión por él. Y lloró, con muchas fuerzas, sin parar.
Su padre tampoco podía dormir, y escuchaba a lo lejos el llanto de su hijo. Sabía que en cualquier momento se iba a levantar Nacho, y le iba a pegar por no dejarlo dormir con tanto ruido. No quiso que eso suceda. Y se levanto, bastante apurado. Su predicción se había cumplido, Nacho estaba a punto de meterle un cachetazo, y Lautaro llorando tenía en su cara la expresión más triste y horrible que su padre había visto jamás.
- ¡Para! ¿Qué haces? Aléjate, ándate. No podes ser así, ¿Cuál es tu problema?
- Eh, nada Papá. No se callaba más. Yo quiero dormir...
- Bueno no me importa, nunca más le vuelvas a pegar sino queras que te pegue yo. Córrete y ándate a dormir. ¿Vos Lautaro estás bien?
¿Tenía que contestarle? En ese momento creyó que su padre sería el único que lo comprendería. Sintió esperanza, y muchísimas ganas de que lo abrace. Y así fue. Su padre se acercó, lo tomó a upa y lo abrazó fuertemente. Ahora los dos eran los que lloraban.
La madre se despertó y se asomó por la puerta. No quiso interrumpir. De verdad creía que Lautaro no se merecía ni un gramo de compasión. Sintió envidia. La que debería llorar y ser abrazada debía ser ella. Pero no interrumpió. Y se volvió acostar con la convicción de dejar a su marido definitivamente ni bien se levanten al otro día.
- Creo que nos debemos una disculpa. No puedo comprender por qué tenés tan poca eficiencia escolar, pero no creo que sea motivo para tratarte tan mal. Sos muy chico, y yo quiero lo mejor para vos. ¿Qué te pasa? Contame...
El padre luego de decirle eso, continuó con su llanto. Su hijo no le contestaba y estaba aterrado de haber cometido un gran error. ¿Cómo arreglar el corazón roto de Lautaro?
Seguían abrazados, pero poco a poco era con menos fuerzas ya que los dos se sentían muy cansados y necesitaban dormir. Al mismo tiempo se recostaron y en pocos segundos quedaron dormidos.
El siguiente día se acercó con aires prometedores. Lautaro despertó aliviado por la compasión de su padre. El ya no se encontraba acostado a su lado. Una vez más despabilado empezó a escuchar de lejos una discusión de sus padres. No entendía bien que decía, pero si entendía lo que decía Nacho llorando con tono bastante desesperante
- Basta, por favor. Díganme que es mentira. No es lógico, no es lógico. Cállense, déjense de decir todas esas cosas. ¡Basta! ¿Acaso no son adultos? No entiendo lo que está pasando.
Lautaro se levantó de la cama y se dirigió hacia la dirección de donde venía la discusión y los llantos. Llegó al living y al final de todo, donde comenzaba la cocina, se encontraba su hermano mayor destruido por la angustia en el piso arrodillado. Sus padres lo ignoraban mientras seguían hablando de su separación. En verdad, ellos se encontraban muy tranquilos y decididos. Lo habían postergado tanto que al fin llegar al acuerdo del divorcio les daba cierto alivio. Pero para Nacho era la peor pesadilla... y también lo era para Lautaro. El tenía varios compañeros en la escuela con padres divorciados, y lo que más le llamaba la atención era que algunos vivían con sus madres o con sus padres. Ese asunto era el más terrorífico, no sé si para Nacho, pero si para él. No quería vivir con su madre. Aunque nunca tuvo preferencias entre sus padres, el día de ayer había sido decisivo a la hora de elegir quien era el mejor.
Los dos hermanos se abrazaron y comenzaron a llorar. Eso sí que era un momento para grabar. No se abrazaban hace muchísimo tiempo. Les era extraño a ambos, pero lo necesitaban. Se necesitaban.
- Perdóname Laucha… creo que ayer te sentías igual o peor que yo ahora y yo te trate mal. Soy un mal hermano, debería protegerte en vez de joderte así. Perdón, soy un tarado.- dijo Nacho mientras usaba su remera para secar su cara completamente inundada en lagrimas y mocos.
- Te perdono. Pero no llores… Va a ser peor. Siempre es peor cuando uno llora.
La discusión había finalizado y la familia se reunió en la mesa del living. Los chicos ya habían dejado de llorar, pero ahora era el padre el que expresaba con su cara tener el corazón roto.
- Bueno mis amores. Creo que ya escucharon bastante. Su padre y yo nos queremos mucho pero a lo largo de nuestros años de matrimonio nuestras diferencias se potenciaron y no llegamos nunca a un acuerdo. Los queremos muchísimo y no queremos lastimarlos, pero la decisión ya está tomada y es por el bien de todos.- La madre anunció esas palabras mientras en su interior recorría la más gloriosa paz. No tenía tiempo para sentir culpa, y no quería tenerla. Este era su momento, era su día y nadie se lo iba a arruinar. Por fin se iba alejar de esa familia que sólo la ha humillado. Quería a sus hijos, pero se amaba a sí misma.
Lautaro y Nacho no iban a reprochar nada. Si ellos decían que era lo mejor, tal vez así lo sería. Tampoco se sentían capaces de poder juzgar la situación. Tan sólo podían comerse la amargura de aquellas palabras y esperar que todo pase. Aunque estaban esperando que alguno de sus padres tome la iniciativa y empiece a comentar como se iba a dividir la familia. Lautaro, a pesar de las disculpas de Nacho, sentiría un gran alivio si el pudiese vivir en otra casa que él. La simple idea de vivir solo con su hermano y su madre le hacía doler hasta los huesos.
El silencio en la casa parecía eterno. Los padres se movían de aquí para allá, llevando papeles, buscando bolsos, agarrando ropa. No paraban ni para respirar. Se les notaba que no podían aguantar ni un segundo más al lado del otro.
El tiempo pasó y los dos hermanos seguían inmóviles en la mesa observando la actitud extraña de sus padres. Los pensamientos de los chicos eran veloces, tan veloces que no podían captar nada de ellos. Una ambigüedad poco antes conocida los habitaba de pies a cabeza. Entre el sí y el no. Entre todo. Entre sus padres.
El padre se acercó a ellos luego de tanta excitación. Los miró a los ojos y en aquella mirada expresó todo el amor que les tenía. El si les tenía amor, más del que se tenía a sí mismo. Era el ejemplar padre que les dio la vida, y sería capaz de dar la suya por ellos en cualquier circunstancia de peligro. Se sentó al lado de ellos y les dijo:
- Voy a hacer todo lo posible para que se queden conmigo. Su mamá los quiere mucho pero es muy distraída y ustedes son pequeños, requieren de atención y educación. Eso sí, si se mudan conmigo no quiero nada de peleas entre ustedes. Esta situación les debe ser muy difícil y lamento hacerlos pasar por esto, pero para que sea más aliviador el dolor tienen que mantenerse juntos y cuidarse el uno al otro. Por ahora nos vamos a quedar acá y su mamá se va a ir a lo de la abuela. Pero la decisión final la van a tener que tomar los jueces. Saben cómo es esto, todo un asunto legal. Y vos Lautaro, que SOS más chiquito ¿Entendes bien a lo que me refiero?
¿Cómo entenderlo? No comprendía que mal había hecho para recibir tanto castigo. Es que así lo sentía. Le enseñaron que si hacía algo bien se lo devolverían con amor y gracia, y si lo hacía mal actuarían con él de manera desagradable generándole disgusto. Y estas situaciones, su hermano mayor que lo agredía, su madre con falta de tacto, su maestra derribando todo ladrillo de esperanza y fe en uno mismo, y por último, la desilusión de que sus padres se separen, eran sin duda actuaciones desagradables de la gente de su alrededor. Entonces no cavía duda de que se lo merecía. Y tal vez querer que su papá se quede con él era un pensamiento erróneo y egoísta.
Y una vez más, Lautaro no le contestó a su padre.
El silencio parecía el único remedio en esa familia. Si alguien se atrevía hablar, era en vano, no recibía respuesta. Las comunicaciones no podían ser de otra manera. Una familia no tiene remedio.
Volver a la escuela luego de dos días imparables de sufrimiento sólo daba dos opciones: Que ocurra un milagro escolar o tener un problema más de colección. Lautaro confiaba en que tal vez si tenía buenas notas, sus padres se alegrarían, su hermano volvería a pedirle perdón (ni a un niño de 9 años es capaz de perdonar a su hermano por tan sólo palabras) y todo se solucionaría.
Allí estaba, Juana, arrogante como siempre dando su discurso “motivador” antes de que comience la evaluación. Era de matemática, las tablas de multiplicar. Pero él no se había acordado de estudiar entre tantos problemas. No era justificativo… ”Un chico de 3er grado no tiene problemas, y su única responsabilidad es estudiar.” Esa frase solía decir la maestra cuando un alumno no había estudiado. Así que Lautaro se cayó la boca, no le explico la situación, y una vez más, se sacó una muy mala nota.
Inmediatamente Juana citó a los padres. Les había dicho por teléfono que era de extremada urgencia. Ellos llegaron rápidamente y lo primero que vieron fue a su hijo llorando y su hermano mayor abrazándolo. No entendían, ¿Qué podía ser tan terrible?
- Lamento volver a citarlos, y más que nada porque siempre son malas noticias. Hoy su hijo tenía evaluación de matemática, y no estudio, así que ya imaginarán el resultado.
La madre al escuchar eso estalló de rabia. ¡Una vez más! Ella pensó que había aprendido, pero claro, la culpa la tenía su marido por haber abrazado a Lautaro aquella noche. Tendrían que haberlo castigado más duramente… Su única esperanza era Nacho, pero al entrar a la escuela ya había notado que ahora no estaba más de su lado y era un tonto más que consolaba a su hermano. Entonces, usando la típica comunicación disfuncional de la familia, no le contestó a la maestra y a paso ligero, casi corriendo, con pisadas fuertes que expresaban su odio y repugnancia se fue hacia donde estaban sus hijos. Lo único que en su mente había era una frase repitiéndose una y otra vez: “Una vez más humillada, ya no puedo permitirlo.”
El padre de Lautaro, sabía lo que estaba a punto de hacer su mujer. Pero no quería creerlo. ¿En verdad se había casado con una persona tan arrogante y egoísta? Fue atrás de ella también sin haberle dirigido la palabra a la maestra.
Los chicos la vieron venir. Ellos se encontraban en el patio de la escuela, no había ningún directivo ni docente alrededor. Estaban solos, parecía a propósito. Nacho no era consciente de lo que era capaz de hacer su madre, pero Lautaro sí. El miedo que sentía era inexplicable, pero a la vez se odiaba a sí mismo por tenerle odio a su propia mamá. ¿Quién se creía? Se lo merecía, y no paraba de repetírselo.
Ella llegó, y agarró del brazo a Lautaro violentamente. Nacho quiso intervenir pero ella lo fulminó con la mirada. Y él tradujo que significaba “Aléjate de acá”. Así que se fue corriendo a buscar a su padre, o alguien, cualquiera, necesitaba ayuda.
La madre luego de tomar por el brazo a su hijo menor, lo tiró bruscamente al piso. Nunca sintió tanto odio por alguien, tanta frustración como persona. Quería patearlo, de hecho, lo iba a hacer. Pero su marido llegó junto a la maestra y al director de la escuela. Así que por sí sola comenzó a disimular que Lautaro se había caído y ella lo estaba ayudando a levantarse. Confiaba en que nadie iba a creer la versión de Nacho. No había chance de que la descubran. Era una buena actriz.
Todos hicieron como si nada, especialmente porque les convenía; al director por el honor de la institución, y a la maestra por su reputación.
El padre empujo a su futura ex esposa, y le gritó:
-¡Salí de acá y aléjate de Lautaro. Sos una bestia. No puedo creer que seas la madre de mis hijos. Ándate, no te quiero ver!
Nacho se quedó helado y por primera vez sintió odio por su mamá. Vio como ella se alejaba de a poco pero no del todo. Se quedó parada en la puerta del patio y observó.
El director comenzó a examinar a Lautaro por si estaba raspado por “la caída”. Y mientras, Juana se mordía las uñas sin poder creer lo que había causado. Se sentía culpable ¿Cómo no serlo? El pequeño sólo tenía 8 años y 11 meses. Nadie se merece tanta tragedia
El padre luego de echar a su mujer, pidió permiso al director y a la maestra, los hizo a un lado, y se agachó donde se encontraba su hijo. Lo abrazó y le pidió perdón reiteradas veces. Estaba cansado de tener que pedir perdón por el maltrato que causaba otro. Pero no importaba su cansancio, sólo consolar a su hijo, hacerle sentir que estaba todo bien. Y como era de esperarse, Lautaro no dijo nada. Sus ojos no derramaban ni una lagrima, y su mirada estaba completamente perdida. En otras palabras, no reaccionaba. Al notar eso, todos se asustaron. Nacho se acercó despacio, aterrado y le habló a su hermano:
-Che Laucha, ya sé que estás muy triste. Pero trata de decirnos algo. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¡Dale tarado! ¡Hablá!
El tiempo pasaba y todos se encontraban alrededor de Lautaro en la sala del director. Lo habían llevado a upa, porque hasta se negaba a caminar. La madre seguía en la escuela, pero se mantenía con distancia. Fue sorpresivo notar que ella estaba llorando, por miedo, por culpa y no entender qu´ le estaba sucediendo a su hijo. Ya no sentía odio por que la habían humillado, sino que sentía odio a si misma ya que ella se había humillado sola y hasta había roto el corazón de Lautaro. Eso era lo que sucedía, le habían roto el corazón. Tan poca explicación de por qué sentía tal sufrimiento lo había superado a Lautaro. Estaba completamente ido porque ya no encontraba sentido al seguir interactuando con personas que sólo lo lastimaban. Sentía odio con su vida, y por la de los demás. Pero su pequeña edad no daba lugar a que entendiera esos sentimientos, sólo los sentía y lo hizo sumergirse dentro de él. Ya ni pensaba en lo ocurrido, ni en la escuela, ni en la separación de sus padres. Sólo se encontraba en una montaña rusa de pensamientos inexplicables para él. No quería volver, y de eso era lo único de lo que estaba seguro.
Esta vez le tocó a Lautaro escuchar aquel discurso. El era un niño de casi 9 años, con una familia estándar. Todavía se encontraba bastante aislado del mundo real, y vivía en aquella fantasía de la infancia. Sus padres no exponían con suma violencia sus peleas matrimoniales, creando en Lautaro una atmósfera de que ellos eran felizmente casados. Iba a ser de gran impacto para él cuándo le cuenten de su futura separación.
Dentro de su familia se encontraba su hermano de 11 años, Nacho. Tal vez él podía ser un causante de las miserias conscientes de Lautaro. Peleaban muchísimo, o mejor dicho, Nacho lo peleaba constantemente a Lautaro. No había forma de que lleguen a un pacto. Su hermano mayor estaba empeñado en hacerle la vida imposible haciéndolo sentir tan sólo un parasito.
-Creo que deberíamos hacer algo con ellos- Exclamó la madre. – Las notas de ambos están bajando en picada. La escuela nos va a creer padres incapaces de criar a nuestros hijos. No podría soportar semejante reputación.
-¿Te parece bien que quieras que las notas de Nacho y Lau aumenten sólo para tu beneficio? Deberías centrarte en ellos, no en vos misma.- Contesto el padre.
Esta charla ocurrió antes de entrar al aula donde se encontraba Juana. Al entrar, ellos aparentaron amarse con locura y poseer un matrimonio ideal. Lo extraño era que esa actuación no era pactada, sino que era la frustración de ellos de no haber sido capaces de mantener su matrimonio sano y saludable. Sentían vergüenza por ello y tal vez, eso era lo único que los mantenía unidos.
La maestra los había esperado toda la mañana con muchas ansias. Esta era la parte que más le gustaba de su trabajo. Cuando llegaron los padres de Lautaro, los hizo sentarse, mientras mantenía una cara seria que reflejaba decepción. Se sentó en frente de ellos, y exclamo:
- No quisiera meterme en sus asuntos, no corresponde. Pero como maestra de su hijo, no me queda otra alternativa. La educación que le dan claramente no genera buenos frutos en la escuela, o mejor dicho, ningún fruto. Lautaro está seco por dentro y por fuera. Ya me cansé de hacer las mil y una por regarlo y nutrirlo. Yo me esfuerzo y ustedes echan a perder todo con su mala disposición.
A todo esto Lautaro se encontraba atrás de la puerta escuchándolo todo. No entendía muy bien por qué le había sido tan fácil acceder al pasillo y poder quedarse allí escuchando. Su pequeña edad no le daba lugar a darse cuenta que eso era otra estrategia de la maestra. Juana confiaba en que si Lautaro escuchaba como ella lo insultaba frente a sus padres, y como a la vez los insultaba a ellos, generaría que él se llene de voluntad y comience a rendir en la escuela. La maestra era arrogante, pero bastante ingenua. Si quería lastimarlo, lo estaba logrando. ¿Pero en verdad esto haría que Lautaro mejore sus notas? Por primera vez él experimentaba una sensación de angustia y frustración inmensa. Tan grande que no cabía en su pequeño cuerpo. Quería llorar, gritar, patalear. Era consciente de su edad, pero nunca deseó tanto ser de nuevo un bebe indefenso.
También sintió miedo. Pero aún no se encontraba preparado para ponerle palabras a esos sentimientos. Estaba abrumado, pero él no lo sabía. Tan sólo estaba pasando un mal rato.
Los padres escucharon con atención el discurso. Era como las películas donde remarcan que el tiempo es interminable, y hacen hincapié en la escena donde enfocan la frente del personaje y como lentamente caen las gotas de sudor por los nervios y el sufrimiento.
-¿No van a decir nada? Era de esperarse, ahora entiendo por qué su hijo es tan inútil. Ustedes no saben enfrentar ninguna situación complicada. Solo saben callarse y tragarse todas sus miserias. ¿Les parece un buen ejemplo?- Juana seguía recitando sin pausas. Y el placer que sentía era amenazador para la gran actuación que estaba llevando ante los padres.
La madre estaba cansada de tanta humillación. Trago saliva, se secó la frente, soltó la mano de su marido y dijo:
- Lamento las molestias. Sé que usted se ha esforzado muchísimo. Pero créame, no me creo responsable de la conducta de Lautaro. Yo soy una madre ejemplar, y con mi marido estamos muy contentos juntos. Nos ocupamos y preocupamos por nuestros hijos. Hacemos actividades familiares, y constantemente los educamos de la mejor forma posible. Mientras usted hablaba, entré en duda de mis capacidades como Madre... pero luego supe que la culpa es solamente de él. El es pequeño pero ya debe pensar por sí mismo, y esto debe ser alguna de sus travesuras. No tenemos nada que ver en su comportamiento y poca eficiencia escolar.
- Entonces en ese caso ustedes tendrán que castigarlo. Contestó la maestra.
Los padres nos esperaban el momento para marcharse. Y los dos al mismo momento supieron que Juana nunca los dejaría escapar ni torturar con sus comentarios ofensivos. Así que sin pensarlo mucho, se pararon, se volvieron a agarrar la mano, y le dijeron: -
- Muchas gracias por su tiempo y por compartir e informarnos el comportamiento de nuestro hijo. Agradecemos su esfuerzo y preocupación. Nos debemos retirar. Adiós.
Dieron media vuelta y se fueron sin mirar hacia atrás. Juana ni bien observó sus espaldas marchándose, sonrió con una gran satisfacción. Se sentía como las villanas de las películas de Disney donde lanzan una carcajada tenebrosa y llamativa. Quiso hacerlo, pero se contuvo.
Nada podía ser peor. Soledad, una enorme soledad. Lautaro se encontraba devastado. Tenía la dulce esperanza que sus padres lo comprendan y lo abrazaran. Pero cuando escuchó lo que le dijo su madre a la maestra, quiso desaparecer. ¿Cuál era la verdadera solución? ¿Acaso su opinión valía? Tenía una gran ambigüedad en querer ser un bebé, o en ser adulto y poder defenderse. ¿Defenderse de qué? Ya comenzaba a creer que en verdad era toda su culpa. Era idiota, y un parasito, tal como su hermano siempre le decía.
Los padres se dirigieron al aula de Nacho y lo retiraron. El festejaba ante sus compañeros porque se iba antes y saludaba haciéndose el langa a una compañerita con la que decían ser novios. Así era su vida, “canchera”. Todos querían a Nacho, todos querían ser Nacho. Y él adoraba ser Nacho.
Los tres caminaron por los pasillos del colegio y mientras los padres le contaron lo sucedido a su hijo. Llegaron al aula de Lautaro y ahí se encontraba, sentado solo en un rincón mientras sus compañeros disfrutaban de la hora libre. Levantó la cabeza y miró que en la puerta estaba su familia. Nunca sintió tanta repulsión por ellos. Quería escapar…
Se acercó lentamente sin poder mirar a los ojos a ninguno de sus padres, mucho menos a su hermano. Cuando ya se encontraba a la misma distancia, los padres dieron media vuelta y siguieron caminando. Lautaro caminaba atrás.
Nacho no paraba de recitar su nuevo mejoramiento en la escuela, y su popularidad. Los padres asombrosos sentían que por lo menos sus dos hijos no eran un fracaso, y que todo no estaba perdido.
Al salir de la escuela, Nacho se acercó a su hermano y lo golpeó en la espalda. Lautaro no pudo defenderse, sentía que se lo merecía… o algo así. La madre observó la situación y dijo:
- Bien hecho Nachito. Yo nunca me atrevería a ponerle una mano a ninguno de ustedes. Pero vos lo hiciste por mí. Este sinvergüenza se merece un buen castigo. Me ha humillado. Nunca se lo voy a perdonar.
A todo esto el padre se encontraba abriendo el auto, y por suerte no se enteró de lo sucedido. Era al único que no le cerraba todo este asunto, y se sentía bastante culpable. No tenía odio a su hijo, sentía más que nada decepción.
Todo el camino hacia su casa fue en silencio. Mientras Nacho bastante sigiloso pateaba bruscamente la pierna de su hermano. Y él, callado, lloraba. Su hermano mayor se le acercó y le susurro al oído:
- Deja de llorar o sos hombre muerto.
¿Muerto? Se preguntó Lautaro. ¿Qué es eso? No sabía si sentir miedo o ganas de que suceda. ¿Cuándo terminaría esa tortura? Era todo tan nuevo, pero tan horrible. Y más allá de la amenaza de su hermano, igual no cesaba de llorar.
Era la noche tarde, y él no podía dormir. Había tenido un día terrible, pero dudaba que el día siguiente fuera a ser mejor. ¿Quién se lo garantizaba? Sentía un terrible dolor por los golpes que le había dado su hermano mayor. Y algo particular en el pecho que apenas lo dejaba respirar. En su mente sólo se reproducían una y otra vez las cosas horribles que le decía su madre, y la mirada penetrante de su padre. Creía ya no tener más lágrimas, pero necesitaba comprobar si sus padres tenían una pizca de compasión por él. Y lloró, con muchas fuerzas, sin parar.
Su padre tampoco podía dormir, y escuchaba a lo lejos el llanto de su hijo. Sabía que en cualquier momento se iba a levantar Nacho, y le iba a pegar por no dejarlo dormir con tanto ruido. No quiso que eso suceda. Y se levanto, bastante apurado. Su predicción se había cumplido, Nacho estaba a punto de meterle un cachetazo, y Lautaro llorando tenía en su cara la expresión más triste y horrible que su padre había visto jamás.
- ¡Para! ¿Qué haces? Aléjate, ándate. No podes ser así, ¿Cuál es tu problema?
- Eh, nada Papá. No se callaba más. Yo quiero dormir...
- Bueno no me importa, nunca más le vuelvas a pegar sino queras que te pegue yo. Córrete y ándate a dormir. ¿Vos Lautaro estás bien?
¿Tenía que contestarle? En ese momento creyó que su padre sería el único que lo comprendería. Sintió esperanza, y muchísimas ganas de que lo abrace. Y así fue. Su padre se acercó, lo tomó a upa y lo abrazó fuertemente. Ahora los dos eran los que lloraban.
La madre se despertó y se asomó por la puerta. No quiso interrumpir. De verdad creía que Lautaro no se merecía ni un gramo de compasión. Sintió envidia. La que debería llorar y ser abrazada debía ser ella. Pero no interrumpió. Y se volvió acostar con la convicción de dejar a su marido definitivamente ni bien se levanten al otro día.
- Creo que nos debemos una disculpa. No puedo comprender por qué tenés tan poca eficiencia escolar, pero no creo que sea motivo para tratarte tan mal. Sos muy chico, y yo quiero lo mejor para vos. ¿Qué te pasa? Contame...
El padre luego de decirle eso, continuó con su llanto. Su hijo no le contestaba y estaba aterrado de haber cometido un gran error. ¿Cómo arreglar el corazón roto de Lautaro?
Seguían abrazados, pero poco a poco era con menos fuerzas ya que los dos se sentían muy cansados y necesitaban dormir. Al mismo tiempo se recostaron y en pocos segundos quedaron dormidos.
El siguiente día se acercó con aires prometedores. Lautaro despertó aliviado por la compasión de su padre. El ya no se encontraba acostado a su lado. Una vez más despabilado empezó a escuchar de lejos una discusión de sus padres. No entendía bien que decía, pero si entendía lo que decía Nacho llorando con tono bastante desesperante
- Basta, por favor. Díganme que es mentira. No es lógico, no es lógico. Cállense, déjense de decir todas esas cosas. ¡Basta! ¿Acaso no son adultos? No entiendo lo que está pasando.
Lautaro se levantó de la cama y se dirigió hacia la dirección de donde venía la discusión y los llantos. Llegó al living y al final de todo, donde comenzaba la cocina, se encontraba su hermano mayor destruido por la angustia en el piso arrodillado. Sus padres lo ignoraban mientras seguían hablando de su separación. En verdad, ellos se encontraban muy tranquilos y decididos. Lo habían postergado tanto que al fin llegar al acuerdo del divorcio les daba cierto alivio. Pero para Nacho era la peor pesadilla... y también lo era para Lautaro. El tenía varios compañeros en la escuela con padres divorciados, y lo que más le llamaba la atención era que algunos vivían con sus madres o con sus padres. Ese asunto era el más terrorífico, no sé si para Nacho, pero si para él. No quería vivir con su madre. Aunque nunca tuvo preferencias entre sus padres, el día de ayer había sido decisivo a la hora de elegir quien era el mejor.
Los dos hermanos se abrazaron y comenzaron a llorar. Eso sí que era un momento para grabar. No se abrazaban hace muchísimo tiempo. Les era extraño a ambos, pero lo necesitaban. Se necesitaban.
- Perdóname Laucha… creo que ayer te sentías igual o peor que yo ahora y yo te trate mal. Soy un mal hermano, debería protegerte en vez de joderte así. Perdón, soy un tarado.- dijo Nacho mientras usaba su remera para secar su cara completamente inundada en lagrimas y mocos.
- Te perdono. Pero no llores… Va a ser peor. Siempre es peor cuando uno llora.
La discusión había finalizado y la familia se reunió en la mesa del living. Los chicos ya habían dejado de llorar, pero ahora era el padre el que expresaba con su cara tener el corazón roto.
- Bueno mis amores. Creo que ya escucharon bastante. Su padre y yo nos queremos mucho pero a lo largo de nuestros años de matrimonio nuestras diferencias se potenciaron y no llegamos nunca a un acuerdo. Los queremos muchísimo y no queremos lastimarlos, pero la decisión ya está tomada y es por el bien de todos.- La madre anunció esas palabras mientras en su interior recorría la más gloriosa paz. No tenía tiempo para sentir culpa, y no quería tenerla. Este era su momento, era su día y nadie se lo iba a arruinar. Por fin se iba alejar de esa familia que sólo la ha humillado. Quería a sus hijos, pero se amaba a sí misma.
Lautaro y Nacho no iban a reprochar nada. Si ellos decían que era lo mejor, tal vez así lo sería. Tampoco se sentían capaces de poder juzgar la situación. Tan sólo podían comerse la amargura de aquellas palabras y esperar que todo pase. Aunque estaban esperando que alguno de sus padres tome la iniciativa y empiece a comentar como se iba a dividir la familia. Lautaro, a pesar de las disculpas de Nacho, sentiría un gran alivio si el pudiese vivir en otra casa que él. La simple idea de vivir solo con su hermano y su madre le hacía doler hasta los huesos.
El silencio en la casa parecía eterno. Los padres se movían de aquí para allá, llevando papeles, buscando bolsos, agarrando ropa. No paraban ni para respirar. Se les notaba que no podían aguantar ni un segundo más al lado del otro.
El tiempo pasó y los dos hermanos seguían inmóviles en la mesa observando la actitud extraña de sus padres. Los pensamientos de los chicos eran veloces, tan veloces que no podían captar nada de ellos. Una ambigüedad poco antes conocida los habitaba de pies a cabeza. Entre el sí y el no. Entre todo. Entre sus padres.
El padre se acercó a ellos luego de tanta excitación. Los miró a los ojos y en aquella mirada expresó todo el amor que les tenía. El si les tenía amor, más del que se tenía a sí mismo. Era el ejemplar padre que les dio la vida, y sería capaz de dar la suya por ellos en cualquier circunstancia de peligro. Se sentó al lado de ellos y les dijo:
- Voy a hacer todo lo posible para que se queden conmigo. Su mamá los quiere mucho pero es muy distraída y ustedes son pequeños, requieren de atención y educación. Eso sí, si se mudan conmigo no quiero nada de peleas entre ustedes. Esta situación les debe ser muy difícil y lamento hacerlos pasar por esto, pero para que sea más aliviador el dolor tienen que mantenerse juntos y cuidarse el uno al otro. Por ahora nos vamos a quedar acá y su mamá se va a ir a lo de la abuela. Pero la decisión final la van a tener que tomar los jueces. Saben cómo es esto, todo un asunto legal. Y vos Lautaro, que SOS más chiquito ¿Entendes bien a lo que me refiero?
¿Cómo entenderlo? No comprendía que mal había hecho para recibir tanto castigo. Es que así lo sentía. Le enseñaron que si hacía algo bien se lo devolverían con amor y gracia, y si lo hacía mal actuarían con él de manera desagradable generándole disgusto. Y estas situaciones, su hermano mayor que lo agredía, su madre con falta de tacto, su maestra derribando todo ladrillo de esperanza y fe en uno mismo, y por último, la desilusión de que sus padres se separen, eran sin duda actuaciones desagradables de la gente de su alrededor. Entonces no cavía duda de que se lo merecía. Y tal vez querer que su papá se quede con él era un pensamiento erróneo y egoísta.
Y una vez más, Lautaro no le contestó a su padre.
El silencio parecía el único remedio en esa familia. Si alguien se atrevía hablar, era en vano, no recibía respuesta. Las comunicaciones no podían ser de otra manera. Una familia no tiene remedio.
Volver a la escuela luego de dos días imparables de sufrimiento sólo daba dos opciones: Que ocurra un milagro escolar o tener un problema más de colección. Lautaro confiaba en que tal vez si tenía buenas notas, sus padres se alegrarían, su hermano volvería a pedirle perdón (ni a un niño de 9 años es capaz de perdonar a su hermano por tan sólo palabras) y todo se solucionaría.
Allí estaba, Juana, arrogante como siempre dando su discurso “motivador” antes de que comience la evaluación. Era de matemática, las tablas de multiplicar. Pero él no se había acordado de estudiar entre tantos problemas. No era justificativo… ”Un chico de 3er grado no tiene problemas, y su única responsabilidad es estudiar.” Esa frase solía decir la maestra cuando un alumno no había estudiado. Así que Lautaro se cayó la boca, no le explico la situación, y una vez más, se sacó una muy mala nota.
Inmediatamente Juana citó a los padres. Les había dicho por teléfono que era de extremada urgencia. Ellos llegaron rápidamente y lo primero que vieron fue a su hijo llorando y su hermano mayor abrazándolo. No entendían, ¿Qué podía ser tan terrible?
- Lamento volver a citarlos, y más que nada porque siempre son malas noticias. Hoy su hijo tenía evaluación de matemática, y no estudio, así que ya imaginarán el resultado.
La madre al escuchar eso estalló de rabia. ¡Una vez más! Ella pensó que había aprendido, pero claro, la culpa la tenía su marido por haber abrazado a Lautaro aquella noche. Tendrían que haberlo castigado más duramente… Su única esperanza era Nacho, pero al entrar a la escuela ya había notado que ahora no estaba más de su lado y era un tonto más que consolaba a su hermano. Entonces, usando la típica comunicación disfuncional de la familia, no le contestó a la maestra y a paso ligero, casi corriendo, con pisadas fuertes que expresaban su odio y repugnancia se fue hacia donde estaban sus hijos. Lo único que en su mente había era una frase repitiéndose una y otra vez: “Una vez más humillada, ya no puedo permitirlo.”
El padre de Lautaro, sabía lo que estaba a punto de hacer su mujer. Pero no quería creerlo. ¿En verdad se había casado con una persona tan arrogante y egoísta? Fue atrás de ella también sin haberle dirigido la palabra a la maestra.
Los chicos la vieron venir. Ellos se encontraban en el patio de la escuela, no había ningún directivo ni docente alrededor. Estaban solos, parecía a propósito. Nacho no era consciente de lo que era capaz de hacer su madre, pero Lautaro sí. El miedo que sentía era inexplicable, pero a la vez se odiaba a sí mismo por tenerle odio a su propia mamá. ¿Quién se creía? Se lo merecía, y no paraba de repetírselo.
Ella llegó, y agarró del brazo a Lautaro violentamente. Nacho quiso intervenir pero ella lo fulminó con la mirada. Y él tradujo que significaba “Aléjate de acá”. Así que se fue corriendo a buscar a su padre, o alguien, cualquiera, necesitaba ayuda.
La madre luego de tomar por el brazo a su hijo menor, lo tiró bruscamente al piso. Nunca sintió tanto odio por alguien, tanta frustración como persona. Quería patearlo, de hecho, lo iba a hacer. Pero su marido llegó junto a la maestra y al director de la escuela. Así que por sí sola comenzó a disimular que Lautaro se había caído y ella lo estaba ayudando a levantarse. Confiaba en que nadie iba a creer la versión de Nacho. No había chance de que la descubran. Era una buena actriz.
Todos hicieron como si nada, especialmente porque les convenía; al director por el honor de la institución, y a la maestra por su reputación.
El padre empujo a su futura ex esposa, y le gritó:
-¡Salí de acá y aléjate de Lautaro. Sos una bestia. No puedo creer que seas la madre de mis hijos. Ándate, no te quiero ver!
Nacho se quedó helado y por primera vez sintió odio por su mamá. Vio como ella se alejaba de a poco pero no del todo. Se quedó parada en la puerta del patio y observó.
El director comenzó a examinar a Lautaro por si estaba raspado por “la caída”. Y mientras, Juana se mordía las uñas sin poder creer lo que había causado. Se sentía culpable ¿Cómo no serlo? El pequeño sólo tenía 8 años y 11 meses. Nadie se merece tanta tragedia
El padre luego de echar a su mujer, pidió permiso al director y a la maestra, los hizo a un lado, y se agachó donde se encontraba su hijo. Lo abrazó y le pidió perdón reiteradas veces. Estaba cansado de tener que pedir perdón por el maltrato que causaba otro. Pero no importaba su cansancio, sólo consolar a su hijo, hacerle sentir que estaba todo bien. Y como era de esperarse, Lautaro no dijo nada. Sus ojos no derramaban ni una lagrima, y su mirada estaba completamente perdida. En otras palabras, no reaccionaba. Al notar eso, todos se asustaron. Nacho se acercó despacio, aterrado y le habló a su hermano:
-Che Laucha, ya sé que estás muy triste. Pero trata de decirnos algo. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¡Dale tarado! ¡Hablá!
El tiempo pasaba y todos se encontraban alrededor de Lautaro en la sala del director. Lo habían llevado a upa, porque hasta se negaba a caminar. La madre seguía en la escuela, pero se mantenía con distancia. Fue sorpresivo notar que ella estaba llorando, por miedo, por culpa y no entender qu´ le estaba sucediendo a su hijo. Ya no sentía odio por que la habían humillado, sino que sentía odio a si misma ya que ella se había humillado sola y hasta había roto el corazón de Lautaro. Eso era lo que sucedía, le habían roto el corazón. Tan poca explicación de por qué sentía tal sufrimiento lo había superado a Lautaro. Estaba completamente ido porque ya no encontraba sentido al seguir interactuando con personas que sólo lo lastimaban. Sentía odio con su vida, y por la de los demás. Pero su pequeña edad no daba lugar a que entendiera esos sentimientos, sólo los sentía y lo hizo sumergirse dentro de él. Ya ni pensaba en lo ocurrido, ni en la escuela, ni en la separación de sus padres. Sólo se encontraba en una montaña rusa de pensamientos inexplicables para él. No quería volver, y de eso era lo único de lo que estaba seguro.
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