Un poco de filosofía individualista.

Entre tantas malas noticias y la ausencia de novedades agradables, entre tantas horas perdidas y mi poca motivación a emprender el tiempo, me hundí en mi depresión de colección. Siempre está allí, esperando mis momentos de mayor vulnerabilidad. Una depresión que no llega a mucho, por suerte. Pero me achancha, me vuelve inmóvil y me lleva a pensar lo peor.
Nunca me lleve bien con el tiempo libre. Durante mi pre adolescencia, donde jugar ya no era una opción, donde mis hermanas pasaban el mayor tiempo afuera de la casa, me encontré sola y aburrida. Y recuerdo esos años con muchísima tristeza, porque así me sentía. Muy parecido a como me siento en estos días: en pausa. Sabiendo que me espera mucho que vivir pero que en este preciso momento no tengo mucho por hacer. Esa sensación agobiante del intervalo. Me supera. No puedo garantizarme la esperanza, nunca me atreví a ser tan positiva. Tal vez porque soy muy cuidadosa con el amor que puedo jurarme a mi misma.
Rodeada de información que me lleva a repensar toda mi vida. No puedo evitar contagiarme y pensar: ¿seré igual que mi mamá, que fuera de las obligaciones solo hay un alma detenida?
¿Quién soy cuando no tengo que rendir un parcial? ¿Cuándo no hay una amiga para visitar? ¿Quién sería si tuviera que estar sola en una isla por días? Tal vez no tiene sentido preguntarlo, porque en este mundo donde la producción y la obligación nos encuentra en cada esquina, tal vez nunca me encuentre sin nada.
Pero a veces pienso, en este mundo poblado, ¿cuándo aprendemos quienes somos realmente?
 Entre tantas preguntas y dolores viejos, me reencuentro con la escritura, y ahí pienso: no hay mucho más que las acciones que hacemos. Siempre espere que un otro me confirme lo que soy, siempre dije: hasta que no me digan que soy escritora como yo podría atreverme a denominarme como tal. Y allí voy, con esa lógica, ante todo. Y así me va, sin poder entender que quiero y que no. Si a un otro que me mire, o una personalidad firme.
Los años nos cambian y eso que llamamos madurez se vuelve solida y nos hace dar cuenta que no hay tantas vueltas que dar. Qué importa si soy o no escritora, yo escribo y no puede dejar de gustarme al leerme una y otra vez. Por miedo, por temer que no sea así a ojos de los demás, desistí. No es moco de pavo cuando los influencers dicen en sus videos: no tengan miedo y vivan su deseo. Una frase mileniall que se repite hasta perder consistencia. Pero que no por eso deja de ser cierta.
Si me pongo a pensar en todas las cosas que me fue mal, termino entendiendo que siempre la causa fue el miedo. Miedo a equivocarme, miedo a admitir una verdad, miedo a la opinión ajena, miedo a mi propia opinión, miedo a que las cosas sean distintas a como las planee.
No puedo decir: por suerte la vida no es tan mala. Porque tengo la certeza de que el azar es lo que nos lleva y nos trae. Fue azar que yo hoy pueda llevar a cabo lo que quiero, como también es azar que aun haya cosas que no pueda hacer. Fue azar que haya podido avivarme de algunas cosas y aprender y crecer. También azar que me guarde algunas melancolías para hacerme mierda cada tanto. No puedo decir: estoy orgullosa de quien soy. Si miro para atrás, no se bien que fue lo que hice con tanta convicción para estar tan agradecida de mi misma. Viví, como pude, con lo que tenía a mi alcance, con eso destruí y cree. Avance y me caí. No mucho más. Porque no somos nada si no hay un mundo que nos limite y nos posibilite.




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