autobiography remade
La soledad siempre me resulto una cuestión muy
controversial. Cuando era chica, ya a
los 7 u 8 años, comencé a experimentarla desde el aspecto negativo. En ese
entonces - y hasta los 16 años - vivía en una casa pequeña, mal distribuida y
desordenada, junto a mis dos hermanas - con quienes compartía una pequeña
habitación - y junto a mis dos padres.
En el patio, que curiosamente era más amplio que la parte
cubierta de la casa, se encontraba mi perrita de la infancia, Irupé.
Con mis hermanas la relación era bastante incomoda. Jamás se
sabía cuándo podían volverse en contra de mí. La constante sensación de peligro
estaba siempre presente ya que ambas presentaban un carácter explosivo. Ellas
al ser más grandes que yo solían usarme como conejillo de indias para sus
juegos, o percibirme como una molestia. Pos allí yo estaba, no había más
remedio.
Durante todos esos años, mi carácter lo desconozco. No
recuerdo bien que cosas decía, si me gustaba hacer chistes, a qué disfrutaba
jugar, o qué cosas tenían valor para mí. Recuerdo sentir que era toda una
película y yo una pequeña espectadora esperando que le toque su papel. Fue en
esa espera donde la soledad comenzó a crecer en mi interior.
Estar solo nada tiene que ver con cuantas personas estén cerca
de uno. De hecho, la cercanía física nada dice de la cercanía espiritual, energética,
o como prefieran llamarla. En aquel entonces, mi momento más cálido era junto a
Irupé, con quien jugaba todas las tardes. Mi perrita de la infancia era muy
particular, te saltaba y te lamia la cara sin poder parar. Muy intensa, podríamos
decir. Pero a mí no me molestaba. Ella me daba amor sin nada a cambio. No le
importaba quien era, cuantos años tenía, como era físicamente o que pensaba,
simplemente se acercaba a mí, y no se alejaba.
Ahora, que ya son muchos años los que pasaron, me pregunto por
qué todo se tuvo que dar así. Porqué la soledad fue tan devastadora, y porqué
mi único consuelo fue un perro. Tal vez no encuentre una respuesta adecuada
jamás, pero hoy al regresar a mi casa, en el auto sonaba una famosa canción, en
la cual la letra decía "me respondieron que en la vida hay que
aceptar". Aceptar lo que nos pasó, aceptar lo que sentimos, aceptar a
lo que nos llevó. Y al escribir esto, no puedo evitar recordar la frase que mi
pareja lleva tatuada en la espalda: sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo
que se nos ha dado.
En definitiva, la soledad fue uno de los sentimientos más
fuertes que sentí por primera vez. Y mi vida consistió de buscar la manera de
que ese sentimiento no me comiera.
En la desesperación uno es capaz de muchísimas cosas. Por el
precio de no estar solo, uno confunde calidez humana con ser parte de. Uno
confunde aceptación con felicidad. Y de esa manera muchas cosas se enredan, y
muchas decisiones se convierten en las equivocadas. Pero a prueba de error se
aprende y nada podría haber sido de otra forma.
Ayer me dijeron "no podés depender tanto emocionalmente
de una persona". Y en ese instante, mis 24 años se desplomaron hasta
quedar en 8, para verme sentada en en el escalón de la escalera del patio,
escondida de mi mamá, para que no me viera llorar. En ese instante me sentí
culpable, por haber sido tan dependiente, por haberle temido a la soledad todo
este tiempo. Corro de ella como si fuese un fantasma. Mi vida se sigue tratando
de que la soledad no me coma. Todo este tiempo vivido, cada decisión, es evitar
desvanecerme. Sentirme entera y concisa no es una tarea fácil. Y aunque esa
persona me haya dicho aquellas palabras con aire de superioridad, estoy segura
que para ella tampoco debe ser fácil.
Todos elegimos estar cerca de otras personas, y nuestras
emociones fluyen en constante comunicación con nuestros vínculos. Nuestra
columna vertebral de las emociones son huesitos que se fueron apilando uno
encima del otro a raíz de nuestras interacciones con otros. No nacieron de un
repollo, no nacieron de nuestra pura introspección. Funcionamos juntos, somos
mejores juntos. Y la soledad es devastadora, nos anula, no nos permite fluir.
La soledad, reitero, nada tiene con ver con cuantas personas vivas. Si no, con
cuantas personas tengas un vínculo de verdad.
Entonces ahora puedo decirme, que sí, que si puedo depender
emocionalmente de una persona. Porque esa persona fue quien me acompaño de
verdad, fue con quien sentí que podía lograr lo que me propusiera, porque ya no
estaba sola, porque ahora cuento con alguien, que sé que no va a tener un carácter
explosivo, que no va a cambiar de parecer de la noche a la mañana, que sé que
tenemos un vínculo real, con una base fuerte que nos permite apilar a lo alto y
crecer.
Si, no me gusta la soledad. Jamás me va a gustar. No quiero
volver a sentirme como me sentí de chica. No quiero vivir perdida en mis
pensamientos y en mis hábitos rutinarios. Quiero compartir mi vida con alguien,
formar un proyecto, cual sea que sea. Quiero que, al llegar la noche, pueda
hablar con esa persona y contarle como estuvo mi día.
No voy a estar de acuerdo con fomentar el individualismo, la
persona independiente que nada pide y nada da. Me parece estructuralmente
imposible que un humano pueda vivir de esa forma, y, por ende, me parece
completamente frustrante que alguien se ponga la soledad como objetivo.
Prefiero ser sincera y llorar porque no voy a ver a mi
pareja por un mes, que jugar a la niña fuerte que nada le teme.
Vivir mis sentimientos.
La soledad... Realmente es tan dura; a veces carcome el alma, a veces pareciera ayudarte, y otras veces... sólo está allí, allí, tan quieta, tan amarga y profunda... Me ha encantado tu escrito. Verdaderamente me ha tocado... La soledad siempre estará presente, pero la decisión de darle o no la mano, está en uno mismo.
ResponderBorrarGracias por tu comentario y por haberme leído <3
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