La espera interminable

Todos los días ella se sentaba en frente de la ventana. Miraba... y miraba. Lo hacía más que nada los días soleados, con un gran cielo celeste. Y el edificio de enfrente le era un espejo del sol.
Observaba como la tarde terminaba. En invierno el día ya a las cuatro de la tarde pierde gracia. El sol se aleja, y los edificios lo ocultan aun más. El frió comienza a tomar ventaja, y el viento se empieza a notar.
Esos eran sus días. Junto a un florero con flores marchitas.
¿Cuando vendrá?, se preguntaba. Cada auto que veía pasar le hacía recordar a aquellos tiempos cuando se sentaba a mirar la ventana pero porque sabía que en cualquier momento lo iba a ver llegar. Ya no, ya por mas que espere eternas horas y observe miles de tardes terminar, él no iba a aparecer.
¿Algún día lo veré regresar?, se preguntaba. Le era irresistible la idea de sentarse y no moverse de ahí. A veces escribía, o divagaba por el mundo cibernetico. Trataba de distraerse, pero era inútil ocultarlo: ella lo estaba esperando.
Tal vez, tal vez hoy si-, se afirmaba, buscando un consuelo cada día al levantarse. Y se bañaba, se arreglaba... se maquillaba los ojos y se sentaba. Miraba la ventana, mas que nada el cielo. La calle la asustaba, los autos aun mas.
Los días nublados se escondía en su cama y tapaba con cortinas la ventana. No eran buenos días, porque cuando el sol no estaba era cuando  ella volvía a entender  que el no iba a volver.

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