Entre ser pesimista y ser realista

Cuando te suelto la mano, todo se vuelve un infierno:
me hago una lista de mis descontentos,
sobre todo una lista de tus defectos.
Cuando cierro la puerta de mi casa y te veo ir,
me amarro contra la idea de que no vas a volver a mi.
Me tiro en mi cuarto y me revuelco en recuerdos amargos,
trato de distraerme pero lo único que consigo es desentenderte.
Me aseguro, entonces, que la cosa no va más:
mejor me voy, aunque no pueda,
mejor me hago valer, aunque no pueda.
De repente el celular suena:
tu voz amable y compañera
como si todos mis pensamiento no valieran la pena
-es que si, no valen la pena-.
De repente me haces el amor,
y con nuestros cuerpos rozándose
experimento el mejor romance.
Luego acostados mirando el techo
uso tu brazo como almohada,
mientras me acaricias la espalda...
y ahí cuando los dos estamos sonriendo
es el momento en que me rió por mis adentros
de lo idiota que fui cuando los pensamientos pesimistas
se apoderaron de mi.
Cuando estoy sola me hundo,
tengo que aprender a nadar.
Lo bueno es que tarde o temprano llegas
y por un rato me haces flotar,
y me mostras lo que hay afuera:
me mostras mi realidad.

Gracias por hacerme el amor.



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